sábado, 30 de septiembre de 2006

La Hija de la Luna





Hace muchos, muchisimos siglos, vivía un anciano leñador, el cual estaba muy triste porque los dioses no le habían enviado un hijo. Él y su mujer habitaban solos en una misera cabaña, sin otra esperanza que la de trabajar de sol a sol, hasta que les llegara su última hora.

Un día, que como de costumbre se hallaba en el bosque y estaba derribando un árbol de bambú con su hacha, vió una luz blanca y diáfana desprenderse del tronco. Asombrado se quedó ante aquel fenómeno, y más aún cuando la parte superior del árbol cayó al suelo y en la cavidad del tronco apareció, en medio de una luz intensa, una niña bellísima, que al verle le tendió los brazos.

-Será mi hija -dijo el hombre, estrechándola contra su corazón-. El cielo me la envía.

Y con aquella dulce carga regresó a su casa. La alegría de la mujer fué indescriptible, de tan grande; y los dos ancianos, cuyas vidas tenía finalmente un objeto y podían dar salida a la ternura y el amor que encerraban sus corazones, adoptaron a la milagrosa niña.

Desde aquel día el anciano, cada vez que derriba un árbol, hallaba dentro del tronco piedras preciosas y oro en abundandcia. Tanto, que en tres meses se hizo riquisimo.

Adquirió un magnifico coche y unos caballos estupendos e inició una nueva vida de comodidades y lujos.

Entre tanto, la misteriosa niña crecía y cada día era más hermosa. Su rostro emanaba una claridad que inundaba la casa de un sueve luz, tanto que, aun en el corazón de la noche, allá donde la niña aparecía, hubiérese dicho que reinaba el día. Por esta extraordinaria virtud fué llamada Rayo de Luna.

La fama de la belleza de la muchacha habíase esparcido por todo el Japón; y llegaban de todas partes caballeros, gentiles hombres, principes, pretendientes a su mano. Pero Rayo de Luna no quería siquiera verlos y declaraba a sus padres adoptivos que se sentía tan feliz a su lado que por todo el oro del mundo no les dejaría para seguir a un hombre. Mas, entretanto, poco a poco, Rayo de Luna se hacía cada vez más diáfana y estaba cada vez más triste, y una noche el padre la encontró junto a la ventana mirando fijamente la luna que resplandecía en el cielo, y llorando.

- ¿Qué te pasa, hijita mía?-díjole el anciano con ansiedad-. ¿No eres feliz aquí con nosotros? ¿Deseas algo?

-No, padre mío; soy muy feliz y lloro precisamente porque debo decir adiós a tanta felicidad. Habeis de saber que yo soy hija de la luna y un tiempo habité allá arriba, en el plateado planeta que ilumina vuestras noches. Pero cometí un grave pecado, y entonces me condenaron a vivir durante veinte años en la tierra. He aquí porque me encontrásteis en la cavidad de un tronco. Ahora los veinte años han pasado y desgraciadamente mañana por la noche vendrán a recogerme.

Al oír tales palabras, al anciano leñador se le oprimio el corazón. ¿Cómo podría vivir ahora sin Rayo de Luna? Comunicó la triste noticia a su mujer, y ambos lloraron amargas lágrimas durante toda la noche y el día siguiente.

Llegó la noche fatal. La luna llena se alzó en el cielo, iluminando el mundo adormecido bajo su diáfana luz. Un solemne silencio reinaba en la naturaleza. De pronto, una nube se desprendió del disco de plata y aproximóse rápidamente a la tierra, agrandándose a ojos vistas. En poco tiempo el cielo se oscureció completamente, y la inmensa nube fue a posarse sobre la casa donde habitaba Rayo de Luna. En medio de la nube había una carroza de plata tirada por espléndidos caballos alados; en la carroza se sentaban numerosos caballeros sutuosamente vestidos. Uno de ellos se apeó del carruaje y quedando suspendido en el aire, gritó con estentórea voz:

-Hija de la luna, ha llegado el momento de subir de nuevo a tu reino.

Al conjuro de estas palabras, las puestas de la casa se abrieron solas, y aprareció Rayo de Luna en todo el espelendedor de su belleza. Abrazó a su padre y a su madre, que la seguían sollozando; luego subió rápidamente a la carroza. Ésta se puso en marcha, dejando tras de sí una estela luminosa, y subió rauda hacia el cielo, donde pronto desapreció.

Fábula del Libro de Hechizos


Recuerdo esta narrativa en un canal de tv nacional, uhmmm creo que era época del chino, en fin me gustaban estos cuentos con marionetas aunque no movian los labios y se veía los alambres pero igual me gustaban mucho, recuerdo un cuento de dos ratoncitos Guri y Gura junto a una serpiente con voz de mensa, me enseñaron a hacer queque....pero eso fue un horror!....bueno siempre ando haciendo experimentos y digamos que le puse mucha fantasía al queque...como no tenía algunos ingredientes pues supli la arina con el quaquer tatan!, el quaquer lo convertí en arina ehmm y como ví que lo hacian en leña pues hice algo parecido...el resultado fue un fuerte dolor...pues me cayó quaquer mi experimento...

Esta fabula trae su moraleja...aunque le veo muchas a pesar de ello rescato una...desde el cielo vienen seres especiales cada uno con una particularidad a dar alegría a quienes les hace falta pero también en algún momento el cielo los recoge para volver a ser parte de ese espacio tan bonito que en algún momento dejó de ocupar para venir al mundo...pero con el retorno no vendrá el olvido...el amor de sus seres tan amados y cercanos perdurará.
Bien dicen que todo bebé llega con un pan bajo el brazo no? pues este llegó con arboles de riquezas...eso es sólo metaforicamente respecto a la alegría que trae porsica nomás.

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